martes, 19 de enero de 2010

Versos nacidos por error

Parte de la letra de una canción que siempre creí que decía de una manera, pero no, resultó que decía de otra, por lo cual ahora puedo considerarme como el humilde autor de estos versos, nacidos por error a partir de una materia ajena parcialmente modificada. Así es como los escuchaba mi oído, componiendo por su cuenta y tiñendo el sentido con referencias -cosa poco sorprendente- autobiográficas:

Make me laugh
Say you know what you want
You say we were the real thing
So I jump
You said No
And I learn
what black magic can do

Make me laugh
Say you know you can turn
me into the real thing
So I jump
You said No
And I learn

Y así son en su traducción arbitraria:

Haceme reír
Decís que sabés lo que querés
Decís que éramos la cosa en serio
Así que salto
Dijiste No
Y aprendo
lo que la magia negra puede hacer
Haceme reír
Decís que sabés
que podés convertirme
en la cosa en serio
Así que salto
Dijiste No
Y yo aprendo

jueves, 19 de noviembre de 2009

Gena y Ogum

I.

El escaso peso de mi tía-abuela Gena en su féretro no hizo menor el peso simbólico que significa transportar la muerte. Cargar con los muertos es un asunto serio, no sólo en un sentido psicológico o filosófico, sino también en la realidad tangible de las manijas del ataúd y en la resistencia del peso, sea cual fuere, de aquel a quien tenemos la responsabilidad de llevar. “¿Me podrías ayudar?” Las palabras del empleado de la funeraria, esta tarde en la Chacarita, me toman por sorpresa. “Sí, claro”, respondo automáticamente, pero por dentro un cierto frío, un cierto cosquilleo a la altura del estómago: la inminencia de una iniciación fugaz, el ritual sencillo y sin adornos de levantar el concreto peso mortuorio. Pienso: tal vez llevar este féretro signifique para mí un pasaje, otra pequeña transición hacia un estado que podría llamarse de “adultez”, pero cuyo verdadero nombre es la conciencia irremediable de la vida delineada por la muerte, del carácter irrevocable e inmediato de aquello que siempre esperamos que continúe. Y todo condensado en el peso, gris, indiferente y apagado, de un cuerpo en un cajón.

II.

Han pasado varias horas. El ritmo de los tambores, que hasta hace un momento batía cada vez más rápido, calla, y deja su lugar a la música benévola y al descanso. Hemos bailado la danza filosa de Ogum, el guerrero, el dueño del monte y del hierro. Me acuesto en el suelo y respiro. Resistiéndose a la calma, mi corazón golpea todavía contra mi pecho, tan violentamente que me parece que alguien, desde afuera, podría ver sus embestidas. Me tiendo de costado, acurrucándome, sintiendo cómo la transpiración se desliza abundante por mi rostro y mi espalda, atravesando mi ropa y dejando una estela mojada por el suelo. La carpeta plástica sobre la cual yazgo junto al resto de los danzantes es de un rojo brillante; la luz de un reflector entreteje ese color con el agua de mi cuerpo, y de repente me parece que mi transpiración se ha convertido en sangre: sangre transpirada, generosa y caliente, derramada por el piso. A un mismo tiempo percibo todo: la música, mi respiración agitada, el golpe real y tangible del músculo cardíaco, el brillo del sudor sobre mis brazos, el calor vibrante de mi cuerpo y su peso; peso que contiene mi parecer y mi sentir con todas sus temperaturas, todos sus ritmos, todas sus humedades. Peso inevitable que me hunde hacia el Suelo y me hace sentir como Anteo, aquel gigante de la mitología que sólo en contacto con la Madre Gea recibía su fuerza y su poder. Entonces pienso: Ogum es otro hijo de la Tierra. Y también: estoy vivo.

III.

Han pasado algunas horas más. Mientras escribo esto recuerdo a Kundera, quien escribió cómo la vida y la muerte pueden vivirse y morirse bajo los signos dispares de la levedad y el peso. Y pienso que una misma jornada acaba de ofrecerme dos caras de la pesadez. El peso de la muerte: un cajón silencioso, sus manijas que aprisionan mis manos. El peso de la vida: mi cuerpo palpitante que rueda hacia el centro de la Tierra.

(17-11-2009)

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Algunas pequeñas grandes cosas de la cultura capitalista que me enferman (en permanente ampliación)

Detalles, escuetos eventos, sucesos, comentarios que traslucen formas de pensar, imágenes, signos dispersos. Síntomas. Para el Sentido Común son nimiedades. Para los defensores del sistema, paranoias de intelectuales exageradamente críticos. Para mí, los indicadores más crudos de que algo huele a podrido en nuestra manera cotidiana de pensar y de vivir.

  • Mi sobrino de 5 años mira Cartoon Network, más específicamente el programa "Ben 10", furor actual entre el no tan pequeño público pequeño. El malo de este capítulo es un hombre que hipnotiza a la gente y controla sus mentes; su nombre es Subliminal. Mientras Subliminal hipnotiza a los paseantes de un shopping center, por la parte de abajo de la pantalla circula furtivamente una publicidad de galletitas.
  • Mi sobrino de 5 años mira Playhouse Disney, más específicamente un programa cuyo nombre desconozco. Varios muñecotes gigantes -¿un calamar? ¿un pingüino? ¿una... cosa?- bailotean torpemente con un decorado azul de fondo. La música es monótona, y los bichos en cuestión no sólo bailan, sino que también cantan. Y la letra dice: No pares, no te detengas, tú puedes, no pares, no te detengas, tú puedes, no pares, no te detengas, tú puedes.
  • Mi sobrino de 5 años (que como a estas alturas podrán suponer ve mucha televisión) mira Cartoon Network. Utilizando uno de sus personajes animados, el canal promociona una nueva casa de venta de regalos; la estrategia de la publicidad consiste en descalificar burdamente todo regalo hecho por uno mismo, que siempre será feo y absurdo en comparación con los hermosos regalos que vende Cartoon.
  • Mi sobrino (ahora ya de 6 años) mira Ben 10 por Cartoon Network. El episodio finaliza con la villana (una joven y sexy bruja posmoderna) encarcelada junto con quienes parecen ser dos antiguas compañeras de aventuras. Las chicas están molestas; aparentemente, la bruja las traicionó. Así que se dirigen hacia ella lentamente y frotándose los puños; las últimas imágenes del capítulo es un sombrío close-up del puño cerrado y la cara aterrorizada de la villana. Le comento a mi sobrino: "Qué feo final, ¿no?". Y me responde: "¿Por qué? ¡Si el bien triunfó sobre el mal!"
  • Navegando la versión digital de un prestigioso diario conservador, encuentro que -amén de los pop-ups que permanentemente interrumpen la lectura- algunas publicidades están encubiertas, disfrazadas de titulares de noticias y, por lo tanto, a un mismo nivel visual de importancia.
  • (Esta es, o debería ser, fácilmente reconocida por todos) A lo largo de una sola hora de televisión, es inevitable encontrar al menos dos o tres publicidades que ofrecen la siguiente imagen de la felicidad: una mujer o grupo de mujeres jóvenes que salen de un comercio, riendo y cargando bolsas.
  • A lo largo de una sola hora de televisión o de un paseo por la calle, no me alcanzan los dedos de las manos y de los pies para contar las publicidades (gráficas, radiales y televisivas) cuyo única estrategia de venta consiste en asociar el producto publicitado, sea lo que sea, al sexo. Por ejemplo pasta dental, desodorantes, autos, pinturas de exteriores, gaseosas, pilas, etc.
  • Mi sobrino va al cumpleaños de una compañerita de jardín, digamos, Mariana. A su regreso trae consigo un hermoso souvenir hecho por la madre de la nena. Se trata de un castillo confeccionado a partir de rollos de cartón, cartulina de colores, etc.; debe haberle llevado mucho trabajo hacer uno para cada invitado. Sobre la entrada del castillo, leo: "Mariana's Kingdom".
  • Estoy viendo un episodio de Los Simpsons por Fox. Quince segundos antes de que termine el capítulo, es decir, mientras el capítulo aún continúa desarrollándose, la pantalla se comprime, la imagen se torna imposible de ver, el audio desaparece, y dos tercios de la pantalla son invadidos por... una propaganda de Los Simpsons.
  • Llamo al número de atención al cliente de un banco, pues necesito realizar un trámite telefónico. Me atiende una voz grabada que me recita las opciones y los números a marcar; ninguna de ellas corresponde a lo que deseo hacer. La última opción es ser atendido por un representante humano. Cuando digito el número correspondiente, la misma voz grabada me informa, tranquilamente, que llame de lunes a viernes de 10:00 a 18:00 al mismo número con el que ahora estoy hablando. Es un martes a las 14:00.
  • Cuando un grupo de personas corta una calle para manifestar una protesta o reclamar por sus derechos, la gente pudiente se indigna, pues considera equivocadamente que la calle es de su propiedad y que está siendo invadida. Cuando suena el teléfono de su casa y al atender escuchan una publicidad grabada que dice "Felicidades; ud. ha ganado un cero kilómetro", o cuando la empresa que ofrece un puesto de trabajo para el cual se postularon invade su domicilio para investigar exhaustivamente su vida privada, la misma gente pudiente, que sí es dueña de su teléfono, de su casa y de su vida privada, jamás piensa en indignarse.

viernes, 17 de julio de 2009

Pequeña rapsodia vengativa

Cuando nos empiezan a pasar de verdad,
las letras de las canciones ya no tienen tanta gracia.



El mundo entero simplemente se detuvo ahora; así que decís que ya no querés que estemos juntos. A veces creo, creo que comprendo... el miedo en el muchacho, y en el hombre el fuego. Pero la bruma nubló mi mente en el aturdimiendo del porqué nunca habría podido ser. Y yo conduje a tu lado, conduje a tu lado hasta que me perdiste de vista en el espejo retrovisor, hasta que me perdiste ahí, en la carretera. Amaba tus lugares secretos; pero ya no puedo ir. Quizás no estoy acostumbrado a los quizás; quizás es tiempo de decir adiós.
Vamos a ver cuán valiente eres. Vamos a ver cuán rápido estarás corriendo, cuando estés mojado sólo por la lluvia. Creo que hay partes de mí que nunca has visto.

Podés decirme que se acabó y se acabó, pero ¿podés resistir?

Ya vimos cuán valiente sos.


(All the world just stopped now; so you say you don't want to stay together anymore. Sometimes I think, I think I understand... the fear in the boy and the fire in the man. But haze all clouded up my mind in the daze of the why it could have never been. And I rode alongside, I rode alongside 'til you lost me in the rear view, 'til you lost me there, in the open road. I loved your secret places; but I can't go anymore. Maybe I'm not used to maybes; maybe it's time to say goodbye.
We'll see how brave you are. We'll see how fast you'll be running, when you're only wet because of the rain. I think there are pieces of me you've never seen.

You can tell me it's over and over, but can you stand?

We've seen how brave you are.)



domingo, 5 de julio de 2009

La política del sigilo


sigilo. (del lat. sigillum). Silencio cauteloso.

La mayor parte del tiempo vivimos en exterioridad. Nos guiamos por lo que los demás dicen de nuestra forma de ser y de nuestras acciones, y por las expectativas que proyectamos a partir de eso que conocemos de nosotros mismos a través de la mirada del otro. Hay muchas maneras de vivir en la exterioridad, pero la indiscutible reina de todas ellas es la vía del lenguaje. Hablar es proyectar el pensamiento hacia el mundo. Hablar es sintetizar en exterioridad. El lenguaje es plástico, sofisticado, bello, flexible y útil en extremo, pero como bien lo sabía Spinoza, no por ello deja de ser un producto de la imaginación. "El que habla no sabe, y el que sabe, no habla".
Supóngase que usted desea algo con mucha intensidad. La fuerza de su deseo sostiene todas sus acciones (secretamente, el deseo es lo que constituye su esencia). La potencia que usted ejerce a partir de su deseo es una potencia intensiva, esto es, una intensidad no mensurable; no se le puede asignar un número ni una medida, no hay reglas ni termómetros que se le ajusten. Lo intensivo es aquello que sólo admite variaciones de grado, pero esas variaciones no son determinables como si fuesen unidades separadas entre sí. Lo medible pertenece al ámbito de lo extensivo: por ejemplo, la velocidad con la que usted corre o la energía que enciende una lamparita. La potencia del deseo, en cambio, es a la vez singular e indeterminada, está precisamente aquí, en su cuerpo, pero desde otro punto de vista no está en ninguna parte, pues define el campo mismo del Ser.
Entonces, usted desea al mismo tiempo (pero no son lo mismo) intensivamente y con mucha intensidad. Ahora bien, ¿qué es lo que suele sucederle? Que exterioriza la fuerza de su deseo, hace extensiva la potencia que usted, intensivamente, era. ¿Cómo logra esto? Principalmente a través del lenguaje. Usted habla de su deseo, lo narra de mil maneras y lo viste con mil ropajes, especula sobre él, se ilusiona, con cada oración que le dedica le añade una dosis de entidad exterior y facticia. En cada par de oídos que lo escuchan, usted coloca un nuevo cimiento de una construcción fantasmal. ¿Significa esto que el deseo, al pasar al plano de lo extensivo, ha disminuido su fuerza? No necesariamente, sino más bien lo contrario: al exteriorizarse y perder su carácter intensivo, el deseo se intensifica. Puesto afuera, queda a merced de los encuentros mundanos. Entiéndase bien, con "exteriorizar el deseo" no nos referimos a su concreción fáctica (por ejemplo, cuando un artista crea una obra o, más en general, cuando alguien concreta un proyecto), sino a la conversión radical que, por medio del lenguaje, transporta la potencia de cada ser del plano intensivo al extensivo, de la esencia unívoca a la existencia equívoca (sería inexacto hablar de un pasaje de lo "interno" a lo "externo", pues ambos planos caen fácilmente en el ámbito de lo extensivo). Pretender aferrar el mundo, querer controlar, poseer y regir: he ahí los modos paradigmáticos, según Lao Tsé, de la exteriorización del deseo.
Recapitulemos. Usted desea, usted exterioriza e intensifica su deseo. ¿Qué sigue? Muy probablemente, la potencia de su deseo será entonces desparramada por el mundo (en el doble sentido de la preposición por), se irá perdiendo como si fuera arrastrada por un fuerte viento que usted no puede controlar. En el mejor de los casos, usted no alcanzará lo que desea. En el peor de ellos, lo que desea le será a la vez ofrecido y retirado en un irónico cachetazo del destino. Las configuraciones posibles de la existencia desgraciada son innumerables; detrás de ellas, se esconde siempre lo que he llamado aquí la exteriorización del deseo, la exteriorización ciega de nuestra potencia. All we need to do is make sure we keep talking.

*

Existe algo llamado la política del sigilo. En ella sucede lo contrario a lo que acabamos de describir. Usted desea, intensa e intensivamente; pero ahora elige callar su deseo. Callar no quiere decir sofocar, pues su deseo está ahí (nunca podría dejar de estarlo), pero ahora le pertenece por completo, es conducido por sus propios impulsos, encuentra una expresión y una acción auténtica que parten de usted y de lo que usted siente. Es posible entonces que usted logre algo, que alguno de los caminos del mundo comience a abrirse bajo su paso pequeño. Un camino de mil millas comienza con un paso. No nos referimos a ningún estado de gracia o de excepción; simplemente, el mundo abre un camino, y usted se encuentra de repente (para su sorpresa o no) transitándolo livianamente, del mismo modo que, al caminar en una estación de trenes atestada, esquiva inconscientemente a los que van delante de usted sin calcular jamás sus pasos y sin tropezar una sola vez. En este punto, usted tiene nuevamente la opción: puede callar su potencia, conducirla con la cautela del sigilo, o levantar el teléfono y conducirla hacia afuera. Si lo último, entonces deberá afrontar las consecuencias de la exteriorización: los engranajes de su mente comenzarán a correr nuevamente y reclamarán con ansiedad el aceite de la palabra. Pero si elige callar, si elige conservar lo interno y dejar a un lado las palabras enrevesadas, es posible que su paso siga firme. En todo caso, su potencia le pertenecerá en un grado mucho mayor que si la lanzara a diestra y siniestra, y conservándola con usted y dejándola actuar aprenderá de cuánto es capaz, qué es lo que actualmente puede hacer y qué no. Las muchas palabras expanden momentáneamente el deseo como un globo de aire caliente; pero su ascenso inevitablemente conduce al enfriamiento y a la caída. El silencio, en cambio, conduce el deseo con mano de agua. El kairós, el momento oportuno de los griegos, no es en verdad el fruto de una mente implacable que calcula, sino el punto inextenso en que la potencia de un ser particular y el mundo coinciden.
La política del sigilo no es infalible. No hay ninguna fórmula mágica: las fórmulas mágicas se detectan fácilmente, pues prometen resultados milagrosos bajo la máscara de una falsa interiorización: si usted piensa positivamente en un millón de dólares, tendrá un inmenso deseo exterior de un millón de dólares. Nada más lejos de la verdadera intensidad. La verdadera intensidad es silenciosa. La verdadera intensidad es cautelosa, pero camina con los pies del Mundo y avanza danzando sobre sus blandos pilares. La política del sigilo puede fallar, pero aún su fracaso esconde en su seno un nuevo triunfo: el acceso a lo intensivo. La política de la voz incauta falla más cuanto más triunfa, pues todos sus caminos conducen tarde o temprano al encuentro fatal con una fuerza que la supera.

Caute. Tal es la enseñanza conjunta de la rosa y del Camino.