jueves, 2 de abril de 2009


Cuando yo nací, habían pasado apenas dos meses y diez días desde que Alfonsín asumiera la Presidencia. Desde que supe eso, siempre sentí una emoción difícil de explicar, mezcla de orgullo, ansiedad y esperanza, al pensar que yo soy un hijo de esa democracia flamantemente recuperada tras una noche de horrores y torturas. A Alfonsín le corresponde también el primer recuerdo que conservo de un Presidente; yo tenía tan sólo cuatro o cinco años, pero siempre retuve en mi memoria una imagen, algo imprecisa pero segura, de su rostro en la pantalla de la televisión. Aun cuando a esa edad apenas sabía confusamente que ese señor de bigote era "el Presidente", y nada más.

Me enteré de su muerte hoy por la mañana, mientras viajaba en el tren, mirando el diario de una mujer sentada en los asientos de enfrente.

En mi entorno familiar y personal, en los ambientes, medios y opiniones que constituyeron mis actuales representaciones del mundo, siempre se lo valoró, a pesar de las posibles críticas a sus acciones de gobierno, como una figura positiva, vinculada a la democracia como valor fundamental. Y esa valoración adopté también yo.

La visión de las miríadas de personas haciendo cola ante el Congreso me llena de un sentimiento difícil de explicar, aquel que experimento cuando estoy en presencia de esos raros momentos históricos en los que el pueblo expresa, a un mismo tiempo su dolor y la reivindicación de valores e ideales políticos.

Aun cuando cabe pensar que no todos los que hoy hacen esa cola o elogian al fallecido ex presidente en los medios están siendo genuinamente coherentes con sus opiniones pasadas, no puedo dejar de sentir que esos miles de personas homenajeando a Alfonsín son una señal profundamente positiva, un síntoma de conciencia de un pueblo que no quiere más represiones ni autoritarismos políticos, que no quiere más depredaciones económicas ni comandos culturales que vociferan lo Bueno y lo Decente mientras el Asesinato estatal, la ejecución y la tortura organizadas silencian todas las voces disidentes e implantan el miedo en las conciencias. Tras este duelo común subyace aun a mi entender una sociedad profundamente dividida en sus proyectos y valoraciones; pero ese duelo común no puedo sino verlo con esperanza.