miércoles, 30 de septiembre de 2009

Algunas pequeñas grandes cosas de la cultura capitalista que me enferman (en permanente ampliación)

Detalles, escuetos eventos, sucesos, comentarios que traslucen formas de pensar, imágenes, signos dispersos. Síntomas. Para el Sentido Común son nimiedades. Para los defensores del sistema, paranoias de intelectuales exageradamente críticos. Para mí, los indicadores más crudos de que algo huele a podrido en nuestra manera cotidiana de pensar y de vivir.

  • Mi sobrino de 5 años mira Cartoon Network, más específicamente el programa "Ben 10", furor actual entre el no tan pequeño público pequeño. El malo de este capítulo es un hombre que hipnotiza a la gente y controla sus mentes; su nombre es Subliminal. Mientras Subliminal hipnotiza a los paseantes de un shopping center, por la parte de abajo de la pantalla circula furtivamente una publicidad de galletitas.
  • Mi sobrino de 5 años mira Playhouse Disney, más específicamente un programa cuyo nombre desconozco. Varios muñecotes gigantes -¿un calamar? ¿un pingüino? ¿una... cosa?- bailotean torpemente con un decorado azul de fondo. La música es monótona, y los bichos en cuestión no sólo bailan, sino que también cantan. Y la letra dice: No pares, no te detengas, tú puedes, no pares, no te detengas, tú puedes, no pares, no te detengas, tú puedes.
  • Mi sobrino de 5 años (que como a estas alturas podrán suponer ve mucha televisión) mira Cartoon Network. Utilizando uno de sus personajes animados, el canal promociona una nueva casa de venta de regalos; la estrategia de la publicidad consiste en descalificar burdamente todo regalo hecho por uno mismo, que siempre será feo y absurdo en comparación con los hermosos regalos que vende Cartoon.
  • Mi sobrino (ahora ya de 6 años) mira Ben 10 por Cartoon Network. El episodio finaliza con la villana (una joven y sexy bruja posmoderna) encarcelada junto con quienes parecen ser dos antiguas compañeras de aventuras. Las chicas están molestas; aparentemente, la bruja las traicionó. Así que se dirigen hacia ella lentamente y frotándose los puños; las últimas imágenes del capítulo es un sombrío close-up del puño cerrado y la cara aterrorizada de la villana. Le comento a mi sobrino: "Qué feo final, ¿no?". Y me responde: "¿Por qué? ¡Si el bien triunfó sobre el mal!"
  • Navegando la versión digital de un prestigioso diario conservador, encuentro que -amén de los pop-ups que permanentemente interrumpen la lectura- algunas publicidades están encubiertas, disfrazadas de titulares de noticias y, por lo tanto, a un mismo nivel visual de importancia.
  • (Esta es, o debería ser, fácilmente reconocida por todos) A lo largo de una sola hora de televisión, es inevitable encontrar al menos dos o tres publicidades que ofrecen la siguiente imagen de la felicidad: una mujer o grupo de mujeres jóvenes que salen de un comercio, riendo y cargando bolsas.
  • A lo largo de una sola hora de televisión o de un paseo por la calle, no me alcanzan los dedos de las manos y de los pies para contar las publicidades (gráficas, radiales y televisivas) cuyo única estrategia de venta consiste en asociar el producto publicitado, sea lo que sea, al sexo. Por ejemplo pasta dental, desodorantes, autos, pinturas de exteriores, gaseosas, pilas, etc.
  • Mi sobrino va al cumpleaños de una compañerita de jardín, digamos, Mariana. A su regreso trae consigo un hermoso souvenir hecho por la madre de la nena. Se trata de un castillo confeccionado a partir de rollos de cartón, cartulina de colores, etc.; debe haberle llevado mucho trabajo hacer uno para cada invitado. Sobre la entrada del castillo, leo: "Mariana's Kingdom".
  • Estoy viendo un episodio de Los Simpsons por Fox. Quince segundos antes de que termine el capítulo, es decir, mientras el capítulo aún continúa desarrollándose, la pantalla se comprime, la imagen se torna imposible de ver, el audio desaparece, y dos tercios de la pantalla son invadidos por... una propaganda de Los Simpsons.
  • Llamo al número de atención al cliente de un banco, pues necesito realizar un trámite telefónico. Me atiende una voz grabada que me recita las opciones y los números a marcar; ninguna de ellas corresponde a lo que deseo hacer. La última opción es ser atendido por un representante humano. Cuando digito el número correspondiente, la misma voz grabada me informa, tranquilamente, que llame de lunes a viernes de 10:00 a 18:00 al mismo número con el que ahora estoy hablando. Es un martes a las 14:00.
  • Cuando un grupo de personas corta una calle para manifestar una protesta o reclamar por sus derechos, la gente pudiente se indigna, pues considera equivocadamente que la calle es de su propiedad y que está siendo invadida. Cuando suena el teléfono de su casa y al atender escuchan una publicidad grabada que dice "Felicidades; ud. ha ganado un cero kilómetro", o cuando la empresa que ofrece un puesto de trabajo para el cual se postularon invade su domicilio para investigar exhaustivamente su vida privada, la misma gente pudiente, que sí es dueña de su teléfono, de su casa y de su vida privada, jamás piensa en indignarse.