viernes, 9 de mayo de 2008

Incómodo

A veces -bastante seguido en realidad- me pregunto: ¿Cuándo llegará el momento de hacer las Grandes Cosas?

Es una pregunta personal y no colectiva. Se refiere a mí y sólo a mí, independientemente de mi contexto. Como si estuviera esperando el momento en que las circunstancias se descorran como velos y una claridad de acción pura y ciega ilumine mi recámara. Entonces sabré sin vacilaciones que el momento de hacer las Grandes Cosas ha llegado, finalmente. Y actuar y saber se fundirán en un solo instante del tiempo.

Es una imagen poco verosímil, por supuesto, para la razón y el sentido común. Pero sin embargo anida muy hondo en mis sentimientos, en mi forma de ser. Ejerce por lo tanto una fuerza considerable en mi manera de actuar y de pensar, en mis expectativas y mis intentos. El Tiempo es una pieza clave en esa rara maquinaria. También el Deseo; mi deseo. Lo más intenso de mi anhelo primario con sus muchas ramificaciones impertinentes y voraces. Me gustaría mucho poder controlarlo, aunque en realidad sería mejor liberarlo - paradójicamente, la mejor forma del control.

Aquí es donde se alza el Muro entre yo y mi deseo, es decir, aquí es donde no soy libre. No sé exactamente quién alzó el muro. No sé si fue la Razón, si fui yo contemplado desde alguna otra perspectiva (una más entre las miles, infinitas perspectivas de "aquello" que siento como "yo", pero una ciertamente poderosa, implacable, fría y cruel en la opresión de las otras).

Dentro de mí mismo hallo a la vez lo represor y lo reprimido, el deseo que estalla y la angustia que rezuma sobre el deseo.

(Suspiro, en este preciso momento hago una pausa al escribir y suspiro. Sospecho, sé, que este texto mismo está dictado por la angustia, al menos en parte, cabalgando sobre el Deseo domesticado, lleno de riendas, de excusas, de planes conciliatorios. No hay excusas. No hay reglas. Es despiadadamente cierto que en algún momento tendremos que Saltar).