La vergüenza (texto inconcluso)

Y por supuesto, siempre, el Otro. No sentiríamos vergüenza si no fuese por la mirada del otro, aunque estemos solos y ‘nadie nos vea’. Los ojos del otro, imaginarios o reales, son el escenario siempre disponible para la danza de nuestro pudor, una danza con un solo velo. La vergüenza tiene su razón de ser, quizás, en la despiadada claridad en que de repente nos envuelve la mirada ajena, penetrándonos, acosándonos por todas partes con una profundidad insoportable; en ese instante somos irreductiblemente eso que el otro ve. Caen las máscaras y los entretelones, se abre la última bambalina, aforamos sin remedio; el lenguaje teatral se asocia fácilmente a un sentimiento que sólo surge cuando lo teatral (el artificio) es súbitamente cancelado. Mutis de la apariencia, hace su entrada la verdad. Aunque la apariencia de ahora fuese antes la verdad. Aunque la verdad que hace su entrada se convierta posteriormente en apariencia. Las transiciones posibles no desmienten las verdades eternas del presente-en-proceso.
Eso explicaría muchas cosas. Un estudiante debe entregar un trabajo a su profesor. Sabe que lo ha realizado irresponsablemente y con poco esfuerzo, como queriendo sacárselo de encima. Al leer el trabajo de su compañero, que se ha aplicado seria y esmeradamente, siente repentina vergüenza de entregar el suyo. Una mujer semidesnuda, en el momento cúlmine del juego previo, siente una extraña vergüenza ante su amante por esa semidesnudez, que usualmente consideraría tan sólo como un símbolo de franqueza. Mas con él la vergüenza irrumpe de súbito, porque en un compás de cuerpos entrelazados ella ha cobrado consciencia de que sus sentimientos se han vuelto transparentes. De que su deseo ha quedado expuesto, en toda su extensión inagotable. Ella, en ese momento, es para él todo lo que él ve, toca y siente. Se dirá que uno es siempre lo que los otros ven, que la existencia y la apariencia no son tan diferentes; pero en la vergüenza esta verdad parece agudizarse, hacerse más honda, más acuciante, más densa y filosa. El estudiante ha quedado expuesto a la verdad de su trabajo mal hecho; la mujer ha quedado desnuda frente a la verdad de su sentimiento no esperado. Aunque el detonante de la vergüenza en cada situación particular pueda ser delimitado y puntualmente descrito apelando a las condiciones materiales y los valores culturales de esa situación (por ejemplo, al explicar la vergüenza del estudiante mediante los cánones académicos de su contexto), aunque esto pueda hacerse, y aunque digamos que nosotros también somos “otra cosa” además de lo que el otro en ese momento ve, no por eso deja la vergüenza de comprometernos en todo nuestro ser, en todo nuestro deseo, en toda nuestra distensión existencial.
Se ve entonces que la llamada ‘vergüenza ajena’ no existe ni puede realmente existir: la vergüenza es siempre propia, aunque venga suscitada por la conducta de otro – no sentiríamos vergüenza si esa conducta no nos implicara a nosotros mismos en algún resquicio de nuestro ser. El otro hace algo vergonzoso y nosotros participamos de su vergüenza, justamente porque su acción nos ha dejado, también a nosotros, expuestos.
5 comentarios:
muy lindo texto, matu, aunque en un momento, por el medio, creo, me perdi un poco, me resulto muy interasante la relacion tan concreta de la verguenza con un alto nivel de exposicion y mucho más aún, la explicacion de que la verguenza ajena, nunca es tal...
tq y extraño
Flor
verguenza...exposicion... creo ser una experta... me encató lo que esctibiste, terminalo!! LA mirada del otro nos constituye y nos instituye, al mirar al otro nos reconocemos, nos vemos y sentimos verguenza ajena, que en realidad creo que siempre es propìa...
Carito
La vergüenza es una etiqueta de la sociedad, no hay vergüenza sin aquel que señala...Hay vergüenza en soledad? ¿Hay quiénes sienten vergüenza de si mismos ante el espejo? Me encantó tu escrito Mati.
Flor, Carito, Sol, gracias por vuestros comentarios, me alegra que el texto les haya gustado!
Coincido con que lo que avergüenza es la exposición de lo que se guarda más celosamente. No hay nada que avergüence en sí pero todo lo que avergüenza tiene en común esto: nos muestra vulnerables. A la vedette no la avergüenza su desnudez ni a la prostituta su sexo: ahí, por el contrario, se sienten fuertes. Resulta, a su vez, que el lugar de la máxima vulnerabilidad, de la máxima falta es también el resquicio donde se cuela el deseo. Sin pudor no hay deseo y sin deseo no hay satisfacción.
La tonta mitología del cuerpo y del sexo gratuito oculta más que libera. Creen escapar de un impertativo social sin saber que allí no hay satisfacción alguna. El hedonismo bien entendido está lleno de pudor y vergüenza; es el hedonismo del deseo. Y el deseo es un asunto muy serio.
Por lo demás, muy buen texto, todo un ensayo fenomenológico
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