domingo, 5 de julio de 2009

La política del sigilo


sigilo. (del lat. sigillum). Silencio cauteloso.

La mayor parte del tiempo vivimos en exterioridad. Nos guiamos por lo que los demás dicen de nuestra forma de ser y de nuestras acciones, y por las expectativas que proyectamos a partir de eso que conocemos de nosotros mismos a través de la mirada del otro. Hay muchas maneras de vivir en la exterioridad, pero la indiscutible reina de todas ellas es la vía del lenguaje. Hablar es proyectar el pensamiento hacia el mundo. Hablar es sintetizar en exterioridad. El lenguaje es plástico, sofisticado, bello, flexible y útil en extremo, pero como bien lo sabía Spinoza, no por ello deja de ser un producto de la imaginación. "El que habla no sabe, y el que sabe, no habla".
Supóngase que usted desea algo con mucha intensidad. La fuerza de su deseo sostiene todas sus acciones (secretamente, el deseo es lo que constituye su esencia). La potencia que usted ejerce a partir de su deseo es una potencia intensiva, esto es, una intensidad no mensurable; no se le puede asignar un número ni una medida, no hay reglas ni termómetros que se le ajusten. Lo intensivo es aquello que sólo admite variaciones de grado, pero esas variaciones no son determinables como si fuesen unidades separadas entre sí. Lo medible pertenece al ámbito de lo extensivo: por ejemplo, la velocidad con la que usted corre o la energía que enciende una lamparita. La potencia del deseo, en cambio, es a la vez singular e indeterminada, está precisamente aquí, en su cuerpo, pero desde otro punto de vista no está en ninguna parte, pues define el campo mismo del Ser.
Entonces, usted desea al mismo tiempo (pero no son lo mismo) intensivamente y con mucha intensidad. Ahora bien, ¿qué es lo que suele sucederle? Que exterioriza la fuerza de su deseo, hace extensiva la potencia que usted, intensivamente, era. ¿Cómo logra esto? Principalmente a través del lenguaje. Usted habla de su deseo, lo narra de mil maneras y lo viste con mil ropajes, especula sobre él, se ilusiona, con cada oración que le dedica le añade una dosis de entidad exterior y facticia. En cada par de oídos que lo escuchan, usted coloca un nuevo cimiento de una construcción fantasmal. ¿Significa esto que el deseo, al pasar al plano de lo extensivo, ha disminuido su fuerza? No necesariamente, sino más bien lo contrario: al exteriorizarse y perder su carácter intensivo, el deseo se intensifica. Puesto afuera, queda a merced de los encuentros mundanos. Entiéndase bien, con "exteriorizar el deseo" no nos referimos a su concreción fáctica (por ejemplo, cuando un artista crea una obra o, más en general, cuando alguien concreta un proyecto), sino a la conversión radical que, por medio del lenguaje, transporta la potencia de cada ser del plano intensivo al extensivo, de la esencia unívoca a la existencia equívoca (sería inexacto hablar de un pasaje de lo "interno" a lo "externo", pues ambos planos caen fácilmente en el ámbito de lo extensivo). Pretender aferrar el mundo, querer controlar, poseer y regir: he ahí los modos paradigmáticos, según Lao Tsé, de la exteriorización del deseo.
Recapitulemos. Usted desea, usted exterioriza e intensifica su deseo. ¿Qué sigue? Muy probablemente, la potencia de su deseo será entonces desparramada por el mundo (en el doble sentido de la preposición por), se irá perdiendo como si fuera arrastrada por un fuerte viento que usted no puede controlar. En el mejor de los casos, usted no alcanzará lo que desea. En el peor de ellos, lo que desea le será a la vez ofrecido y retirado en un irónico cachetazo del destino. Las configuraciones posibles de la existencia desgraciada son innumerables; detrás de ellas, se esconde siempre lo que he llamado aquí la exteriorización del deseo, la exteriorización ciega de nuestra potencia. All we need to do is make sure we keep talking.

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Existe algo llamado la política del sigilo. En ella sucede lo contrario a lo que acabamos de describir. Usted desea, intensa e intensivamente; pero ahora elige callar su deseo. Callar no quiere decir sofocar, pues su deseo está ahí (nunca podría dejar de estarlo), pero ahora le pertenece por completo, es conducido por sus propios impulsos, encuentra una expresión y una acción auténtica que parten de usted y de lo que usted siente. Es posible entonces que usted logre algo, que alguno de los caminos del mundo comience a abrirse bajo su paso pequeño. Un camino de mil millas comienza con un paso. No nos referimos a ningún estado de gracia o de excepción; simplemente, el mundo abre un camino, y usted se encuentra de repente (para su sorpresa o no) transitándolo livianamente, del mismo modo que, al caminar en una estación de trenes atestada, esquiva inconscientemente a los que van delante de usted sin calcular jamás sus pasos y sin tropezar una sola vez. En este punto, usted tiene nuevamente la opción: puede callar su potencia, conducirla con la cautela del sigilo, o levantar el teléfono y conducirla hacia afuera. Si lo último, entonces deberá afrontar las consecuencias de la exteriorización: los engranajes de su mente comenzarán a correr nuevamente y reclamarán con ansiedad el aceite de la palabra. Pero si elige callar, si elige conservar lo interno y dejar a un lado las palabras enrevesadas, es posible que su paso siga firme. En todo caso, su potencia le pertenecerá en un grado mucho mayor que si la lanzara a diestra y siniestra, y conservándola con usted y dejándola actuar aprenderá de cuánto es capaz, qué es lo que actualmente puede hacer y qué no. Las muchas palabras expanden momentáneamente el deseo como un globo de aire caliente; pero su ascenso inevitablemente conduce al enfriamiento y a la caída. El silencio, en cambio, conduce el deseo con mano de agua. El kairós, el momento oportuno de los griegos, no es en verdad el fruto de una mente implacable que calcula, sino el punto inextenso en que la potencia de un ser particular y el mundo coinciden.
La política del sigilo no es infalible. No hay ninguna fórmula mágica: las fórmulas mágicas se detectan fácilmente, pues prometen resultados milagrosos bajo la máscara de una falsa interiorización: si usted piensa positivamente en un millón de dólares, tendrá un inmenso deseo exterior de un millón de dólares. Nada más lejos de la verdadera intensidad. La verdadera intensidad es silenciosa. La verdadera intensidad es cautelosa, pero camina con los pies del Mundo y avanza danzando sobre sus blandos pilares. La política del sigilo puede fallar, pero aún su fracaso esconde en su seno un nuevo triunfo: el acceso a lo intensivo. La política de la voz incauta falla más cuanto más triunfa, pues todos sus caminos conducen tarde o temprano al encuentro fatal con una fuerza que la supera.

Caute. Tal es la enseñanza conjunta de la rosa y del Camino.


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